Si para los marines norteamericanos de las películas bélicas rendirse no es una opción, a un fotógrafo le ocurre lo mismo con el hecho de reflexionar. Puede elegir no hacerlo, y entonces su proceso estará incompleto. Inválido diría yo. Una persona que hace fotos y jamás medita sobre ellas, sobre su creación, sus vínculos con la personalidad del autor o sus posibles causas, está utilizando simplemente un dispositivo cualquiera para hacer fotos, ya está. Vivir la fotografía, esto debe quedar claro, es otra cosa. No se trata de manejar una herramienta que crea imágenes. Se trata de recorrer un camino que tiene que ver con los sentimientos, la memoria, el aprendizaje y las cuestiones técnicas. Vivir la fotografía es pensarla, sentirla, realizarla y meditarla. Hay grados y gustos, como con los colores. Unas personas pensarán más, sentirán distinto o meditarán algo menos. La fotografía nunca ha sido una cuestión de cantidad. Un fotógrafo es una persona que reflexion...
Captar lo que gusta o parece más interesante sería la meta de cualquier fotógrafo. Y para ello uno ha de enfocar su atención sobre lo que entendemos que podría dar lugar a una imagen trascendente. Sería como una cierta necesidad de plasmar esa «visión» que hemos tenido y que deseamos trasladar a un soporte físico. Pero con una salvedad que es bueno conocer: los límites de lo que podemos percibir son los límites de nuestro particular universo; por eso una persona no fotografía el mundo: fotografía «su mundo». Con el hecho de tener una visión me estoy refiriendo a la acción de elegir un trozo de realidad e imaginar cómo quedaría convertida en fotografía (sin olor, sonido o textura). Al hacer una foto de algo relevante entendemos que eso que vemos se trasladará al papel (o a la pantalla) de tal manera que «producirá» una buena fotografía. Decidir qué es una buena fotografía es un debate que lleva años y nunca termina de resolverse del todo. Los criterios varían en función de cada épo...