Hace muy pocos días impartí mi primera clase a un nuevo grupo de las clases del Master o “Magíster” de EFTI.
Aparte de pasar por el habitual revuelo de mariposas en el estómago que supone iniciar la comunicación con un grupo de personas que hasta el momento te eran desconocidas, algo que ocurre a pesar de la veteranía, tuve la grata experiencia de redescubrir –una vez más– que el nuevo grupo era distinto a todos los anteriores.
A mi pregunta habitual, con respuesta a mano alzada, acerca de cuántos de entre ellos empleaban cámaras digitales, obtuve un 100% de “afirmaciones”.
La sorpresa y “desviación de la muestra” vino de la contestación a la pregunta acerca de “cuántos de entre ellos” empleaban material analógico o fotoquímico: ¡el 85%!
No me quedó más remedio que refinar la pregunta cuestionando acto seguido acerca de si ese 85% de personas fotografiaba con película en color negativo, diapositiva en color o negativo en blanco y negro.
Y la respuesta fue que la totalidad (ese 100% del 85%) lo hacía exclusivamente “en plata final”, en negativo en blanco y negro.
Y lo veían como de una lógica aplastante, que en parte lo es.
Inquiridos acerca de si pertenecían a ese pequeño grupo de integristas que consideran que mezclar sistemas analógicos y digitales (escanear, y copiar, por ejemplo) es anatema, la contestación fue unánime: ¿que razón existe para no utilizar todas las herramientas que se nos ponen en nuestras manos?
Fue un buen comienzo. Creo que tengo un nuevo gran grupo ante mi.
Y el transcurso de la primera charla, con numerosas preguntas, aportaciones, comentarios petición de aclaraciones así me lo hace intuir.
Al terminar, más allá de las 22 horas, mi paso por las calles de un Madrid que ya estaba “de puente”, era más ligero. Y quiero creer que mi mirada, algo más brillante. Falta me hacía.
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